“Ir a terapia es un gran paso que te cuesta mucho tomar, pero que realmente merece la pena. A casi todo el mundo le vendría bien, otros simplemente lo necesitamos, aunque tardemos un poco en darnos cuenta. Requiere un poco de valor, por el miedo inicial y las ideas preconcebidas que tenemos de ello, pero en cuanto se da el primer paso, el miedo desaparece dejando paso a un inmenso alivio. como si caminaras con una mochila muy pesada y, poco a poco, fueras quitándole peso hasta dejarla vacía o, al menos, muy ligera. Es una consecuencia de haber tomado la decisión de echarte una mano a ti mismo
La terapia es agridulce. Agria porque requiere esfuerzo y paciencia, porque derramas muchas lágrimas. Es muy doloroso meterse por recovecos oscuros del yo que normalmente ignoramos, o que incluso son de la época infantil. Pero enseguida empezamos a disfrutar de la recompensa: conocerse, entenderse y aprender poco a poco a quererse, incluso a caerse bien. Eso tan manido que llaman autoestima, tan sobado por sobreuso en todo tipo de publicaciones, que incluso parece que está de moda. La autoestima no se consigue repitiéndose coletillas, es mucho más difícil, y el proceso es muy lento. Y eso también se consigue en terapia. Aprender a convivir con nosotros mismos y a actuar, para variar, a nuestro favor y no en nuestro perjuicio. Y vivir cada momento conscientemente y sin evasiones.
Además Rosa, mi terapeuta, no solo me ha ayudado en lo profesional, sino que ha entendido los momentos difíciles que he atravesado, implicándose y haciendo posible que siguiera con mi proceso. Es increíble como una persona puede desentrañar de esa manera partes de nuestro ser que ni siquiera éramos capaces de intuir.
Recomiendo fervientemente a cualquier persona que ronde la idea de ir a terapia, que deje de pensarlo y se decida. Es mucho más fácil una vez que se da el primer paso. Y a partir de ahí empieza un verdadero cambio a nivel profundo que solos somos incapaces de obtener por más que lo intentemos.”